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Desde luego no soy sindicalista y por supuesto con los ejemplos que nos dan los sindicatos actuales en España, no creo que lo sea nunca.
En este artículo que añado a continuación, despeja dudas sobre el gran trabajo que hacen los sindicatos a favor del los trabajadores españoles y en la lucha contra el paro.
Dicen que el día en que Sacco y su amigo Vanzetti fueron arrestados en Buffalo, Nueva York, el 5 de mayo de 1920, acusados de dos crímenes que no habían cometido y por los que serían llevados, siete años después, a la silla eléctrica, la policía encontró en los bolsillos de Bartolomeo una octavilla, anuncio de un mitin anarquista, cuyo texto podría distribuirse hoy de buena mañana en cualquier vagón del metro de Madrid para causar la misma perplejidad existencial: “Has luchado en todas las guerras. Has trabajado para todos los capitalistas. Has vagado por todos los países. ¿Has recogido la mies y los frutos de tu trabajo, el precio de tus victorias? ¿El pasado te conforta? ¿El presente te sonríe? ¿El futuro te promete algo? ¿Has encontrado un trozo de tierra dónde poder vivir y morir dignamente?
El proceso y ejecución de ambos anarquistas de origen italiano provocó hace más de 80 años una de las mayores mareas colectivas de protesta e indignación jamás vistas en el mundo. Su muerte terminó convirtiéndose en modelo de asesinato legal y arquetipo de injusticia orientada a escarmentar la creciente fuerza de un proletariado compuesto a la sazón por una gran mayoría de inmigrantes, víctimas de las duras condiciones de trabajo entonces imperantes en el régimen laboral norteamericano. Uno de los intelectuales que en España se movilizaron contra aquella infamia fue don Miguel de Unamuno, mientras en Gran Bretaña lo hizo, entre otros muchos, el gran Bertrand Russell. La “corte” del conde Russell, parecida a la que su casi contemporáneo Lev Tolstoi montó en Yasnaya Poliana, funcionó a pleno rendimiento en el caso de los anarquistas italianos, como no podía ser de otro modo dado el antiamericanismo visceral del matemático, lo cual no fue óbice para que viajara a los USA cada vez que tuvo necesidad de arreglar sus finanzas impartiendo conferencias. Acusado de ser a un tiempo rico y socialista, Russell disparó un día toda su artillería dialéctica: “Me temo que no lo ha entendido usted bien. Yo soy socialista. No pretendo ser cristiano”.
Russell, cuyos pecados capitales tenían que ver sobre todo con la vanidad y la codicia, bien podría ser considerado un modelo precoz de esa izquierda europea y española elitista, vanidosa y avara, ese peculiar mundo que englobaríamos en “lo progre”, tipos de interés entregados en cuerpo y alma a la defensa de las tesis del Gobierno en provecho propio, algo que no podría decirse de la pareja de moda que hoy pastorea el sindicalismo hispano, Méndez y Toxo, tan parecidos a Sacco y Vanzetti como un huevo a una castaña. Si los anarquistas italianos se enfrentaban a cara descubierta a una policía que hacía uso de sus armas en defensa de los intereses del gran capital financiero, hoy Méndez y Toxo forman parte de la columna vertebral del establishment patrio, moran en la misma trinchera, tienen a Rodríguez Zapatero comiendo en su mano y se han convertido en el obstáculo que impide la adopción de reformas estructurales de las que depende la prosperidad futura de millones de trabajadores españoles.
Ambos sindicalistas presidieron ayer una de las manifestaciones más pintorescas que recuerda la historia del movimiento obrero. Si manifestarse en Chicago en los años veinte del siglo pasado entrañaba peligro de muerte, hacerlo ayer en Madrid invitaba a morirse de risa. Con una tasa de paro cercana al 20%, había que manifestarse por vergüenza torera pero sin que se notara mucho, y desde luego no contra nuestro amigo el presidente, responsable en gran medida de las peculiaridades de la crisis española, porque ZP es uno de los nuestros, un goodfella, lo que obligaba a encontrar un malo contra el que dirigir la pancarta: los empresarios. Como tampoco era necesario meter machete contra CEOE, so pena de exponerse al general sonrojo, se trataba en suma de montar un gigantesco picnic sobre el asfalto y a otra cosa mariposa: a seguir encamados con el inquilino de Moncloa hasta que el negocio aguante.
Que puede que no sea mucho. La nota emitida por S&P el miércoles, poniendo en cuestión la sostenibilidad del endeudamiento del sector público si no se produce un giro radical de la política presupuestaria, ha desatado la polémica que era de prever. España se dirige hacia una crisis de deuda en un horizonte temporal cercano. Las razones son evidentes. Mientras que en 2010 las grandes economías iniciarán una débil y lenta recuperación no exenta de riesgos, el cuadro clínico del enfermo español no puede ser más preocupante, agravado por la inacción de un Gobierno que no ha introducido las reformas estructurales imprescindibles para sentar las bases de la reactivación, ni para suavizar los costes sociales y económicos de la crisis, mientras se ha embarcado en una orgía de gasto que ha disparado el binomio déficit/deuda sin crear un solo puesto de trabajo estable, sin tener efecto positivo alguno sobre el consumo y la inversión, y sin añadir una sola décima positiva al PIB. El célebre multiplicador del gasto keynesiano ha funcionado como un restador.
Dudas sobre la solvencia del Reino de España
Lo peor es que el ajuste sigue en gran medida pendiente. El precio de los activos inmobiliarios continúa por las nubes, mientras las entidades financieras siguen sin sanear sus balances, parapetadas tras la liquidez suministrada por el BCE y los enjuagues contables al uso. Esta situación, insostenible salvo que se produzca una rápida e intensa recuperación, se ve ahora agravada por la imparable carrera alcista del endeudamiento del sector público. España reúne todos los requisitos para que el riesgo de una crisis de deuda se materialice. En la actualidad, bancos y cajas absorben más de dos tercios del total de las emisiones de bonos realizadas por el Reino de España. Pero cuando el BCE decida cerrar la ventanilla, ¿quién financiará el endeudamiento de una economía que no genera recursos para pagarlo? ¿Cuánto puede perdurar esa situación? ¿Estarán dispuestos los mercados financieros internacionales a seguir prestando? El dato de que el ratio deuda/PIB es muy bajo en términos comparados es irrelevante. Lo importante no es el volumen total, sino la velocidad de crecimiento de esa deuda, y la capacidad de pago de un deudor que depende de que la economía crezca y de que el déficit y la deuda se reduzcan. Ninguna de estas dos opciones es viable a corto plazo. De ahí que los mercados financieros internacionales tengan serias dudas sobre la solvencia del Reino de España.
En una situación como la española, sería necesario abordar fuertes ajustes fiscales para evitar una tal crisis, con el objetivo puesto en generar superávit presupuestarios primarios de inmediato, lo que implica necesariamente emprender dos caminos harto difíciles: recortar gasto público y/o subir impuestos. Sin embargo, las subidas impositivas en plena recesión sólo sirven para deprimir todavía más la actividad, reduciendo, en consecuencia, la recaudación en lugar de aumentarla. El resultado es un aumento de los desequilibrios de las finanzas públicas. En este contexto, y con un Gobierno que ha liquidado cualquier expectativa de una recuperación signa de tal nombre, España es muy vulnerable a una crisis de deuda, eufemismo que esconde un concepto tan desagradable como la vulgar suspensión de pagos.
José Luis continúa inalterable. “Vamos a volver a crecer con carácter inminente”. Maestro del disimulo, no ha perdido nunca el norte. Se sabe gregario de aquellos sectores más radicales –sindicatos incluidos- que le auparon al poder, y amarrado a esa estela prosigue impertérrito, dispuesto a seguir regalándoles el paladar con la carnaza de una legislación –tal que el aborto- que no reclama la mayoría social, ni siquiera buena parte de la izquierda. Y en lo referente al desastre económico, un mismo discurso: echar la culpa al empedrado. Yo no he sido. Como en el chiste del gallego indolente: verlas venir, dejarlas pasar, y si te mean encima decir que llueve… Todo el mundo avisado sabe hoy que hay dos problemas íntimamente relacionados en la actual situación española: paro y deuda pública. Vasos comunicantes. Y que mientras no se ponga freno al desempleo, no será posible reconducir el problema de la deuda.
Prisionero de los sectores menos dinámicos de la sociedad
El paro dispara el gasto en seguridad social, alienta el ahorro más allá de lo aconsejable y acobarda al consumo, entre otras desgracias. Y ello, en una economía como la nuestra orientada al consumo privado, resulta letal. Pero, prisionero de los sindicatos, ZP repite una y otra vez el mantra de que no hará reforma laboral alguna que suponga un recorte de los derechos de los trabajadores, aludiendo específicamente al coste del despido y olvidando cuestiones tan importantes o más que esas, tal que la negociación colectiva. Y bien, ¿es que hay algún derecho que esté por encima del de tener un puesto de trabajo? Es sabido que un eventual recorte de la indemnización por despido no afectaría a los trabajadores ahora fijos, sino a los empleos creados a partir de la reforma. Y bien, ¿cree usted que un trabajador en paro no aceptaría un buen empleo simplemente porque le han recortado la indemnización a percibir en caso de perderlo un día? ¿Por qué no dejamos elegir a los parados?
El solo anuncio de una reforma laboral en profundidad reduciría de golpe el diferencial de la deuda pública española entre 20 y 50 puntos básicos. Aunque en el entorno del Presidente saben que es imposible que España pueda encarrilar el problema de la deuda pública en los tres próximos años sin antes meterle mano al mercado de trabajo, Zapatero se ofende muchísimo cuando el mientan la bicha. El mundo escucha sus declaraciones de amor eterno a su compadre Méndez y toma buena nota, con lo que el recelo sobre la capacidad del Reino para pagar sus deudas no deja de crecer. Lo que mande Cándido. El Gobierno de Cándido. “Si se toca el coste del despido, es la guerra civil”, amenaza. Y Zapatero asiente. En la última asamblea de CEOE, a alguien se le ocurrió hablar desde la tribuna de oradores del “Gobierno sindical”. El propio Zapatero llamó por teléfono indignado a Díaz Ferrán: “Gerardo, eso es un insulto”.
Y de la mano de Cándido, amigo y compañero de cenas sabatinas, gobierna Zapatero un país necesitado de reformas tan radicales como urgentes, valientes sobre todo, que no le tengan miedo al futuro. El de la UGT se ha subido a hombros del leonés como esas avecillas que viven sobre la chepa de los grandes mamíferos africanos. Cándido, con su cara de niño bueno, con ese aspecto del tonto del tocomocho dispuesto a dejarse engatusar por cualquiera, es en realidad un hábil estratega presto a saltar sobre la yugular de quien se crea su campechana milonga. Y no está dispuesto a soltar presa. Como en la Argentina de Perón y de Kirchner, la Moncloa ha firmado un pacto de sangre con los sectores menos dinámicos de la sociedad española. Los que viven de la subvención. Es posible que ellos saquen tajada, pero es probable que dejen al país maltrecho para bastantes años.
fuente
Que país ¡ ¡ ¡
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domingo, 13 de diciembre de 2009
El Gobierno de Cándido
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